Lis era la alegría de la
casa. Era una niña pequeña,
pero capaz de sorprender a todos los mayores, sobretodo por su
simpatía.
A su prima Elisa le
encantaba verla jugar con sus muñecos, pues le recordaba a ella
misma unos años antes. Lo más gracioso era verla dialogar con ellos
y ver cómo les daba poderes especiales, pero solo cuando eran
necesarios.
Cuando esto sucedía,
Elisa no podía dejar de reír desde el marco de la puerta. Pero un día esto cambió
y la pequeña Lis dejó de jugar con sus muñecas y empezó a hacer
otras cosas, como pintar, cantar, leer e incluso aburrirse y fue en
un día de aburrimiento cuando Elisa, preocupada, decidió hablar con
ella:
-¡Hola Lis! ¿Qué
haces?
-Nada.
-¿Nada? Nada es muy
aburrido ¿no?
-Sí.
-¿Hace mucho que no
juegas con los muñecos?
-Sí.
-¿Y por qué no juegas
con ellos?
-Porque se rompen, se
ensucian, se desordenan... y luego no están en su sitio.
-Si los cuidas, los
limpias y los devuelves a su lugar, no hay ningún problema en jugar
¿no?
Entonces Lis empezó a
dudar y después de retorcerse un poco gritó:
-¡Vale! ¡Vale! ¡Vale!
¡Te contaré la verdad!
-¿Qué verdad pequeñaja?
-No juego con los
muñecos, porque me pidieron que los dejara en paz, que no querían
volver a jugar conmigo -reconoció abatida la pequeña.
-¡Venga ya! Eso es
imposible.
-¡No lo es! ¡Fue así!
Entonces, Elisa fue hasta
la estantería y le preguntó a un soldadito:
-¿Me puedes informar de
quién manda aquí?
Y el soldadito
tembloroso, miró a la gran desconocida y le respondió:
-Sí señora, es aquella
muñeca del vestido lila. Ella es la jefa de todos nosotros.
Y en ese momento, Elisa
se dirigió a ella, para alivio del soldadito:
-¿Fuiste tú quien dijo
a mi prima que no jugara más con vosotros?
En ese instante, la
Muñeca Mandarina se tiró las manos a la cara y confesó con voz
triste:
-Sí mi reina, fui yo.
Fue todo un mal entendido, por lo visto... En aquel momento Lis
estaba de vacaciones y jugaba con nosotros hasta exprimirnos. Por eso
y tras recibir muchas quejas del resto de juguetes le pedí a la
señora que no jugara más con nosotros, pero no quería decir más
¡quería decir tanto! Y ahora, ¡el resto de juguetes me culpa a mí
de que Lis nos haya abandonado!
Y sin poderlo remediar,
la Muñeca Mandarina estalló en llanto y lloró desconsoladamente.
Algo que le impactó mucho a Elisa, que nunca había visto llorar así
a una muñeca y por ello, tardo en reaccionar:
-¿Me estás diciendo que
tienes ganas de jugar con ella?
-¡Claro! ¡Un juguete
nunca puede estar feliz si no tiene con quien jugar! ¿No lo
entiendes?
-Yo sí, pero mi prima,
por lo visto, no.
Sin pensarlo ni un
segundo, Elisa se esfumó de la habitación para buscar a Lis que se
había marchado y se había perdido toda la conversación.
-Lis, tus muñecos te
esperan, ¡tienen algo que decirte! Lis ¿qué haces?
-La merienda... mira la
hora.
-¡Hala! ¡Si son más de
las seis y media! Me largo chiquitina.
Y Elisa desapareció.
Lis tras recibir los
besos de su prima, se quedó sola. Aunque sus padres estuvieran en
casa, ellos tenían otros asuntos que tratar y no era momento de
molestarles... Se hizo el silencio.
Así, tuvieron que pasar
unos largos minutos hasta que la niña reaccionó: “los muñecos te
esperan... ¿mis muñecos me esperan...?” Pero a Lis le costaba
hacerse el ánimo, pues le fue muy desagradable aquel día en el que
le pidieron no jugar más y eso todavía le dolía en lo más
profundo.
Finalmente y con mucha
precaución, creyó que era el momento de aceptar la situación y
visitar a su tropa de muñecos.
Entonces, fue a la
habitación, se acercó a sus muñecos y tímidamente les dijo:
-Hola muñequitos, ¿cómo
estáis?
-Tristes -contestó el
soldadito.
-¿Y por qué estáis
tristes?
-¡Por qué ya no juegas
con nosotros!
-Es lo que queríais ¿no?
-¿Cómo íbamos a querer
que nos abandonaras? ¡Solo queríamos descansar un poco! Lo que pasa
es que nuestra querida portavoz... te lo explicó bastante mal. Tú
eres nuestra amiga y los amigos son para siempre y siempre querremos
que estés cerca de nosotros. ¿No lo entiendes?
-Claro que lo entiendo
pequeñín, yo también os he echado mucho de menos...
-Y yo a ti -contestó la
Muñeca Mandarina.
-¿De verdad?
-¡Claro! Solo me
expliqué mal una vez, pero lo he pagado muy caro. Nos has tenido
abandonados mucho tiempo, pero no te podemos culpar por ello. Fui yo
quien metió la pata y no sabes lo arrepentida que estoy. ¿Podrás
perdonarme?
-Claro, ya estás
perdonada.
-¿De verdad?
-Claro, ¿jugamos?
-¡Síííí! -gritaron
todos los muñecos antes de abalanzarse sobre Lis.
-¡Vaya! Todos quieren
jugar hoy conmigo. Menudo desorden, tendré que acabar de jugar un
poco antes para poneros a todos en vuestro sitio...
-¡Vale! ¡Vale! ¡Lo que
quieras, pero hoy haremos todos un gran teatro de esta habitación!
Y así todos
volvieron a jugar juntos y felices.
Fran García
Orpesa, 2014