sábado, 26 de diciembre de 2015

Historia de una acento

Esta es la historia de un acento que se creía que iba a llegar a tiempo y dijo:
-¡Llego!
Pero en verdad, cuando llegó, ya era tarde.

En resumen, que los acentos y la puntualidad son dos cosas muy importantes.

Fran García
Orpesa, 2015

lunes, 30 de noviembre de 2015

La ilusión del guión

Un día, el Señor Lenguaje se empeñó en distribuir las funciones de todos los signos de la ortografía.

1º. Vosotrosos preguntaréis -> ¿?
2º .Vosotros exclamaréis -> ¡!
3º. Vosotros daréis emoción y suspense-> ...

Y así, sucesivamente.
Mientras tanto, el guioncito iba corriendo y saltando de un lado para otro: "Yo quiero ser un micro, yo quiero ser  un micro."

Siendo así, cuando el Señor Lenguaje se cansó de oírlo le dijo: "Me parece genial. Por eso te encargarás de dar voz y de cerrar cada vez que alguien quiera hablar."

Por eso, desde aquel día, cuando tus personajes vayan a dialogar, no te puedes olvidar del guión inicial:
- ¿Me has entendido?
- ¿Me dices a mí?
- Sí, sí -hago una pausa- Hablo contigo amigo lector.

Fran García
Orpesa, 2015

viernes, 27 de noviembre de 2015

El cuento del Punto y Final

Hoy os voy a contar un cuento, el cuento del punto y final...

¿Qué cuento es ese?

Pues mirad, un día me contaron unas letras que llegó un punto que se llamaba Final y ya no pudieron continuar...


jueves, 26 de noviembre de 2015

El hombre con comas...

Hoy os hablaré del hombre con comas.

Es decir, os hablaré de un hombre que cuando le dijeron que el amor no espera, él dijo:
–No, espera, aunque solo sea un ratito.

Y así le dio tiempo a coger ese tren y disfrutar de la vida.

Fran García
Orpesa, 2015

sábado, 21 de noviembre de 2015

¿Dónde vas Señor de Montornés?

Cuenta una leyenda popular, y si no lo cuenta da igual, que hace muchos años, allá por el 1278-1281, Oropesa recibía numerosos ataques por parte de la gente de Castellón de Burriana y del Señor de Montornés, natural de Benicassim.

Los ataques más crueles los protagonizaba este último, Pedro Jiménez y, como parece lógico, siempre venían desde el sur de la villa. Por eso, poco a poco, los habitantes fueron preparándose cada vez más y, al final, era imposible poder atacar desde esta zona.

Estos hechos molestaron mucho al Señor de Montornés, que ni con su alianza con Pedro de Claramonte, el guerrillero más conocido de Castellón, podía penetrar en la localidad.

Entonces, hicieron un pacto con el Señor de Peñíscola, con la intención de arrasarlo todo atacando por el norte.

Desgraciadamente para sus intereses, Jordiet, antiguo vecino de Oropesa que formaba parte de la Corte de Peñíscola, se enteró pronto de la noticia y envió una paloma mensajera hasta el castillo que iba a ser atacado.

<<Queridos vecinos: El Señor de Montornés, el de Peñíscola y Pedro Claramonte atacarán de aquí a tres noches nuestra villa desde las tierras de mi señor. Atentamente: Jordiet.>>

¿Tres noches nada más, como podríamos defendernos?

Beltrán Pérez de Pina, el regente de la época, pensó en pedir ayuda al pueblo de Cabanes, aunque pronto se dio cuenta de que no había tiempo.

Después de mucho pensar, cuando ya solo faltaba un día para el ataque, Bletrán, se resignó y fue a pedirle consejo a su hijo pequeño, que era conocido como el “Señorito”.

Este joven, con sólo doce años, era el más inteligente de la villa y, después de toda una noche en vela, fue capaz de confeccionar su plan.

Por la mañana, dio la voz de alarma y puso todo el pueblo a trabajar.

Él, el carpintero y el herrero iban por un lado, mientras algunas mujeres cosían y los hombres iban a la montaña a por aliagas o leña fina.

Así, cuando ya estaban listos todos los preparativos, se reunieron de nuevo para partir antes de la puesta de Sol y, caminar hacia un paso cercano a la Punta de la Peste, en la zona de “les Amplàries”. Pues, allí establecerían su línea de defensa.

“Era de noche, oíamos las tropas enemigas acercándose hacia nosotros: era el momento. De un lado empezaron a oírse timbales, detrás mío se encendieron montañas de aliaga y madera, mientras el carpintero, el herrero, mi padre y yo levantábamos el demonio que habíamos construido, Tomás, que era el que tenia mejor voz, maldecía a los invasores.”

Y eso es lo que ocurrió, pero el Señor de Montornés lo que vio fue un infierno: llamas gigantes, el sonido de los tambores, pasos a sus alrededores, ruido de huesos rotos y la llegada de un ejército infernal.

Además, y de repente, delante de él se levantó un demonio de unos cuatro metros y después de mirarlo le dijo:

“Señor de Montornés te has equivocado de camino, este es el camino de la muerte y todo el que lo atraviesa me acompaña a mi mundo. ¡ESTÁIS TODOS MALDITOS!”

Entonces, Pedro Jiménez se giró manteniendo la calma, pero detrás de él todos corrían para escapar del maleficio.

Sin más remedio, él hizo lo mismo y la gente de la villa lo celebró como se celebran las grandes victorias.

Al día siguiente, cuando los oropesinos comenzaron a recoger todo lo que habían ensuciado y a apagar el fuego que aún perduraba, encontraron entre las pisadas de los enemigos el escudo del Señor de Montornés.

Fue el “Señorito” el que lo recogió, y lo llevó hasta el mismísimo Rey para pedirle justicia. Para pedir que Oropesa no fuera atacada nunca más, y así ocurrió.

Además, los jueces reales le ordenaron a Pedro Jiménez que devolviera todo aquello robado y, a pesar de todo, aún corre por las montañas la voz del demonio que todos vieron aquella noche, aunquE este, como ya sabéis, nunca fue real.
Fran García
Orpesa 2003

martes, 17 de noviembre de 2015

Amanda ya es Amanda

Amanda era una niña exigente, a la que le gustaba mucho mandar.

Sus frases favoritas eran: “quiero esto”, “mira aquello”, “hazme caso”, “ven aquí” y “ahora”.

Es como si pensara que todos tenemos la obligación de hacerle caso continuamente, como si no tuviéramos nada más que hacer.

Si queréis comprobar lo que os cuento, escuchad esta historia y veréis cómo se comportaba…

La semana pasada cuando llegó al cole por la mañana no podía quitarse la chaqueta, porque ya le viene un poco justa, entonces se acercó a la maestra y le dijo:

- ¡La chaqueta!

-¿Qué?

-¡Qué me quites la chaqueta!

- Querrás decir “por favor”, ¿no?- Le dijo la maestra con una sonrisa.

Entonces Amanda dio una pataleta y contestó:

- No, quiero decir lo que he dicho ¡Qué me quites la chaqueta!

En ese justo instante, la maestra se dio la vuelta al escuchar que Estrella le pedía con educación que le ayudará a abrocharse los zapatos.




Otro día de esa misma semana, en el patio, Amanda había tropezado y caído al suelo. Entonces, Jesús fue corriendo a ver como se encontraba:

-¿Amanda estás bien?

-Sí.

Entonces, él le tendió la mano y le ayudó a levantarse.

Una vez en pie, salió corriendo y Jesús se quedó solo, pensando: “se dice gracias” y por ese motivo, no le volvió a sonreír el resto de la mañana.

Así, poco a poco, podéis imaginar como cada vez le hacían menos caso y ella se daba cuenta, pero no sabía el motivo.



Esa misma tarde, a la salida del cole, su abuelito venía muy, muy contento a recogerla. Ella, al verlo, fue corriendo hasta él y cuando el abuelo esperaba un abrazo, le lanzó la mochila diciéndole:

- Llévala tú.

Y claro, el hombre se molestó:

-Amanda, querrás decir “por favor”, ¿no?

-He dicho lo que he dicho y vamos, quiero ir al parque.

El abuelo no se lo podía creer. Su nieta ni le trataba bien, ni era educada. Por ello, se cruzó de brazos un buen rato y empezó a meditar.

La niña al ver que no le hacía caso, se empezó a desesperar, poner malas caras y revolotear a su alrededor. Al final, cuando no pudo más, se puso roja, roja y grito:

-¡Quiero ir al parque ahora!

Esto dejó al abuelito con la boca abierta y decidió castigarla. Así, se quedaron en los bancos más cercanos de la escuela: una a merendar y el otro a leer su diario en silencio, a unos metros de distancia.



Por suerte, al cabo de más de media hora, apareció por ahí Jesús, que ya venía de columpiarse un buen rato y sin pedir permiso se sentó a su lado.

-¿Por qué no has venido al parque?

-El abuelo no me ha dejado.

-¿Por qué no?

-No lo sé… se ha enfadado y punto.

-Vaya, yo también me enfadé contigo el otro día.

-¿Cuando?

-Cuando te levanté del suelo y no me diste ni las gracias.

-¿Tan importante es esa palabra?

-Claro, ¿no sabes qué: gracias y por favor son palabras mágicas?

-No.

-Pues sepas que con gracias y por favor, vivimos todos mejor.

-¿De verdad?

-Claro, son palabras que nos hacen sentir bien.

Entonces a Amanda, tras mucho tiempo, se le dibuja una sonrisa y Jesús se pone en pie para dirigirse a su casa, mientras le dice:

-Amanda, muchas gracias por haberme escuchado y hasta mañana.

Amanda, se sorprende, pues le gusta que le den las gracias y agradece los consejos de su amigo:

-Muchas gracias Jesús por enseñarme a utilizar estas palabras.



Al cabo de unos minutos, ya ha pensado lo sucedido y decide acercarse a su abuelo para pedirle “por favor” volver a casa.

El abuelo sonriente, le da un abrazo al que Amanda contesta mirando a los ojos con un: “gracias abuelito”.



Y a partir de aquel momento, Amanda cambió sus frases y todo le fue mucho mejor con “gracias” y “por favor”.

Fran García
Orpesa, 2013

viernes, 13 de noviembre de 2015

Lucharé

Cuenta una leyenda popular, y si no lo cuenta da igual, que un día las tropas napoleónicas llegaron a la Villa y al Castillo de Oropesa.

Eran tiempos de guerra, año 1811, y después de muchos intentos de ocupar la población, el ejército invasor decidió avanzar por Cabanes, para llegar a las tierras de Valencia.

Y así fue, cayó Cabanes, la Pobla y todos los pueblos del más allá. Entonces, Oropesa, defendida por la Torre del Rey y el castillo quedó aislada. Sólo el camino del mar la unía al resto de España.

Era la hora, no había ninguna duda, el único foco de resistencia en la retaguardia debía caer al precio que fuera.

“Es Octubre. Muchas cosechas se han perdido a causa de los ataques de los franceses y nuestras tierras están tristes.
Hoy 10 del 10 de 1811 hace dos días que nos asedian, estamos encerrados en el castillo, nadie sabe el tiempo que podremos resistir. Desde aquí veo el bello paisaje de mi tierra y me entristece no poderlo disfrutar.
El enemigo no para de rodearnos, nosotros, esperamos, nuestra arma es la paciencia”


Sí, aquel fue el día. Un cañonazo hizo saltar las piedras de parte de la muralla y el pueblo cayó en manos enemigas. Pocos vecinos opusieron resistencia y los que lo intentaron fueron reducidos hacia la parte más alta de la torre central.

Entonces, el pueblo se rindió y los franceses como muestra de su agradecimiento hicieron saltar por los aires la torre cuadrada que presidía el castillo.

“Ya no se escuchan los tiros, ¿qué pasará? ¿Se habrán rendido todos menos yo?”

Nadie lo sabía, pero Miquel voló con el castillo y voló a trocitos por la falda de la montaña, aunque su alma quedó dormida a lo largo de muchos años, en concreto, unos 128.

Como ya sabréis si lo habéis calculado, era el año 1939, y los aviones alemanes despertaban todo lo que no mataban, y él ya estaba muerto.

“¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? ¡Cómo ha cambiado todo en una noche!”

Miquel incrédulo vio el castillo destruido, tal y como esperaba, pero los alrededores habían cambiado mucho.

Entonces, a media noche se levantó y comenzó a correr. Pensaba cómo podía haber cambiado todo tanto en una sola noche, pero aun así, todo cuadraba, porque la guerra todavía estaba presente.

De pronto llegó a la vía, después de bajar por unas escaleritas que no conocía. Hasta dudó de estar en su villa, pero algo le dijo que tenía que continuar corriendo y así lo hizo.

Camino del mar continuó encontrándose cosas que no había visto nunca. Incluso la vieja marjal tenía un sabor diferente. Todo esto le hacía sentirse extraño, pero ya veía el Cabo de Oropesa, el “Cabo Tenebrium”.



“Y aquí te encuentro sola, aquí está mi Torre, vigilando el mar. No sé dónde está la gente, ya vendrán. Maldito Napoleón, todo lo has cambiado. Nada es como yo lo recuerdo”

Entonces, Miquel que no comprendió lo que había pasado subió a uno de los miradores y gritó: “LUCHARÉ” y desde ese día vigila la torre esperando que vuelvan sus días.
Fran García,
Abril de 2003

Pd: Ahora sé que la torre del castillo de Oropesa del Mar fue destruida en la retirada de los franceses a lo largo de la guerra y no en su conquista. No obstante, he decidido no modificar este hecho en el cuento, por respeto al texto original.

Tampoco me consta ningún bombardeo en la Guerra Civil, aunque sí cayeron no demasiado lejos y se acaban de encontrar refugios en el castillo, mientras la sierra está llena de trincheras en recuerdo aquellos atroces años.

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sábado, 31 de octubre de 2015

El Collar del Amor

Cuenta una leyenda popular, y si no lo cuenta da igual, que hace mucho tiempo en Oropesa vivía una princesa a la que le gustaba mucho el mar. Por eso, siempre que podía iba a tomar el baño a las playitas que hay cerca de donde desemboca el Barranco de Bellver.

Un día, Teresa, al salir del agua, vio a un joven construyendo un barco y se enamoró.
Por suerte o por desgracia, aquella vez fue la primera, pero no la última, y cada día que lo veía la cautivaba un poco más.

Así que cuando ya no lo pudo resistir, la heredera pidió a los dioses que mueven el mar una pista para saber como conquistar a su amado.
“Teresa, soy la voz del Mediterráneo y a ti te doy este collar de conchas que es el Collar del Amor. Sepas que es un bonito regalo para quien quieras elegir.” 

Ella lo cogió, subió a la superficie y sorprendió a Daimiel con su caminar decidido. Se presentó, y le regaló el collar que iba a unir sus vidas hasta la muerte.

Desgraciadamente, después de unos años muy felices, tanto para ellos como para los habitantes de la villa, surgió una epidemia de la Antigua Albufera de Oropesa que se llevó muchas vidas, entre ellas la de Teresa.

A esta pérdida, Daimiel, sólo pudo sobrevivir por el amor que tenía a sus dos hijos, Tereseta y Xavieret. Por ellos, y sólo por ellos, continuó viviendo y haciéndolo todo lo mejor que sabía.

Un año más tarde y con todo el dolor, volvió las playas y navegó de nuevo. Una vez mar adentro una ola gigante, en medio de la calma, le cortó el paso.
“Daimiel, ¿cómo es que todavía estás solo?”
“No estoy solo, ella está en mi corazón.”


“Aprovecha y goza del collar que cuelga de tu cuello, pues es el Collar del Amor y la joven a la que se lo regales se enamorará de ti.” Y la ola desapareció.

Al día siguiente, nuestro marinero de alma triste despertó sabiendo que no había sido un sueño, que todo lo que había sucedido era real, pero no tenia ganas de conocer un nuevo amor que sustituyera al que ya había perdido.

Entonces, nada más desayunar, salió de su casa y se dirigió solo hacia la montañita donde se encuentra la “Torre Colomera”. Una vez a su vera, y con el Sol ascendiendo delante suyo, se paró y comenzó a pensar.

Al cabo de un rato se quitó con suavidad el collar y empezó a llorar y lo apretó en su mano derecha. Cayó de rodillas y miró al suelo, hasta que al final se decidió a hacer lo que había ido a hacer y lo lanzó con todas sus fuerzas para que volviera al mar.

Un rayo rompió el cielo claro y la fuerza del trueno estuvo a punto de lanzar al suelo a nuestro amigo, cuando la voz de la mar se volvió a escuchar:
“¿Qué has hecho Daimiel?”
“Lo que tenía que hacer”
“¿No comprendes que has perdido la oportunidad de ser amado por quien tu quieras?”
“¡Ya no puedo amar a quien yo quiero, porque yo amo a Teresa!” 

Y así partió, sin el collar, con el claro convencimiento de que ningún otro amor sería capaz de hacerle olvidar todo lo que havia vivido. 

¿Y el collar?

El collar se perdió en las profundidades y como está hecho de conchas nadie lo ha vuelto a encontrar y como nadie cree en dioses menores, no lo han vuelto a pedir, pero sus efectos no se han perdido,... por eso, toda la gente que se baña en nuestras costas, se enamora de ellas y más tarde o más temprano regresa para reencontrarse con toda la belleza, con toda la pureza y con toda la grandeza que tiene nuestro mar.

¿Quién no ama el Mediterráneo?

Fran García
Orpesa, 2000

miércoles, 28 de octubre de 2015

El cuento de las uvas

Hoy os contaré la historia de dos hermanos. Una lucha injusta en la que un hermano pequeño atormentaba al mayor. “Siempre eres injusto conmigo” le repetía una y mil veces al día. “Siempre eres injusto conmigo...” Y por eso, en cada oportunidad, el mayor se esforzaba por ser un poco más justo.

Así pues, sería fácil pensar que las quejas acabarían desapareciendo. Pero la injusticia nunca fue real. Siempre fue tiranía, tiranía de un hermano pequeño que sabía que desde la impunidad podía conseguir todo lo que quería. De hecho, trataba así a mucha más gente, pero con su forma de ser acababa saliéndose con la suya y triunfando.

Un día era que el otro escogía la mejor manzana; otro, la mejor silla; otro, la mejor posición; otro, la tarea más fácil; otro; otro y siempre con quejas.

Imaginad pues con los años, el grado de perfección que alcanzó el mayor de los hermanos en su intento por ser justo, aunque nunca fue suficiente.

Y fue entonces cuando llegó el día de las uvas y el mayor de los dos empezó a hacer una ensalada: un poco de lechuga para un plato, un poco para el otro; medio tomate para este, la mitad exacta para el otro; una lata de atún para un plato, otra idéntica para el otro; y en ver los granos de uva... dudó.

“¿Cómo se reparten de forma justa 30 granos de uva?
¿Y si sin querer, me quedo los mejores granos?
Los pequeños parecen más dulces, pero los grandes son más grandes...
¡Ya lo sé! Partiré todos los granos por la mitad exacta y así los repartiré.
Además, de paso, podré extraer las semillas y así no molestarán.”


Y feliz por su ocurrencia y con paciencia infinita comenzó a operar con total precisión.
Los trozos que caían a la izquierda, iban al plato de la izquierda y los de la derecha, al plato de la derecha. Pero tampoco eso contentó a su hermano cuando asomó la nariz... y por eso le recriminó:
-¡Ya estamos como siempre! ¡Te quieres quedar la parte derecha de la uva por ser la más dulce!

Palabras que hirieron mucho a su hermano. Y por eso, decidió quedarse con las partes izquierdas de la uva del resto de granos y guardar la última pieza para flexionar...

Fue así, como a la noche, al llegar a la cama, todavía llevaba en su mano el último grano de uva y en cuanto lo examinó, averiguó la solución...


Y la solución era, que no había solución. Que la uva no tiene parte derecha, ni izquierda, al menos, hasta el momento de ser cortada, y que el dulzor era el mismo en todo el grano. Y así, por fin dedujo que: no hay que hacer siempre caso a las quejas. Aunque eso no quita lo de escuchar con calma a la gente. Pues lo realmente necesario es esforzarse en hacer las cosas bien y gozar, digan lo que digan, del trabajo bien hecho. Y eso es lo que hizo desde entonces hasta siempre.


Fran García
Orpesa, 2015

lunes, 26 de octubre de 2015

El Rey Preocupado

Érase una vez un rey que, como la mayoría de reyes, vivía en un continuo estado de preocupación, y es que organizarlo todo, mandar mucho y tener tanto que perder era algo superior a sus fuerzas.

Por eso, como hicieron otros reyes, un día, cansado de tanta infelicidad, llamó a sus mejores consejeros y buscó soluciones para aliviar su pena y ser más feliz. Así, probó diferentes remedios: dormir orientado al Norte, beber más agua, levantarse con el pie derecho, conjuros varios, contrabudú, poner una planta de ruda junto a la puerta de su cámara... pero nada funcionó.

Finalmente, y como los reyes suelen hacer en estos casos, mandó buscar a la persona más feliz del reino e intentar sonsacarle el secreto de su éxito. Como os podréis imaginar, los consejeros volvieron al cabo de dos días con un campesino viejo y bastante pobre.

El rey lo miró incrédulo, pero después de todas las justificaciones recibidas por parte de sus hombres de confianza le preguntó:
-¿Eres feliz?
A lo que el campesino le contestó con un rotundo sí.

Después de una breve pausa, el monarca le pidió que le explicara cómo un campesino pobre y viejo podía ser más feliz que un rey y este se explicó:
-Majestad, y sin ningún ánimo de aparentar, ni de ofender... Yo le pronostico un exceso de mañana. En mi opinión, usted que lo tiene todo, no disfruta del presente porque su mente vive en el futuro: ¿y si mañana hay una nueva guerra? ¿Y si mañana me envenenan? ¿Y si mañana dejo de ser rey? ¿Y si...? ¿Y si...? ¿Y si...?
A lo que el monarca respondió:
-Entonces, si soy pobre... ¡seré feliz! ¿Es eso no?
El campesino, desconcertado, replicó:
-No lo creo... Entonces viviría el presente y lo vería gris. O peor, viviría en pasado y sería victima de la melancolía, recordando siempre todo lo perdido.
-¡Maldición! ¡No puede ser tan difícil ser feliz!
-Y no lo es. Yo lo soy.
-¿Y qué necesitas para serlo?
-Pensamientos positivos mi rey, pensamientos positivos.
-¿Y qué es eso?
-Eso es creer y desear un mañana mejor. Eso es sembrar amor para recibirlo cuando vuelva a ti y sobretodo, es agradecer al mundo todo lo que tenemos, por poquito que sea. Por poquito que tengamos tenemos vida y eso, en sí mismo, ya es un regalo.

Y entonces el rey asintió, aprendió y entrenó.

No sabemos si llegó a ser tan feliz como el campesino, pero si sabemos que lucho por serlo y en un grado u otro lo consiguió. Al igual que lo hicieron los consejeros y el personal de servicio que escuchó esta conversación, porque una enseñanza así, bien vale la pena ser aprendida.

Fran García,
Orpesa 2015

jueves, 22 de octubre de 2015

Lis y los juguetes

Lis era la alegría de la casa. Era una niña pequeña, pero capaz de sorprender a todos los mayores, sobretodo por su simpatía.

A su prima Elisa le encantaba verla jugar con sus muñecos, pues le recordaba a ella misma unos años antes. Lo más gracioso era verla dialogar con ellos y ver cómo les daba poderes especiales, pero solo cuando eran necesarios.

Cuando esto sucedía, Elisa no podía dejar de reír desde el marco de la puerta. Pero un día esto cambió y la pequeña Lis dejó de jugar con sus muñecas y empezó a hacer otras cosas, como pintar, cantar, leer e incluso aburrirse y fue en un día de aburrimiento cuando Elisa, preocupada, decidió hablar con ella:
-¡Hola Lis! ¿Qué haces?
-Nada.
-¿Nada? Nada es muy aburrido ¿no?
-Sí.
-¿Hace mucho que no juegas con los muñecos?
-Sí.
-¿Y por qué no juegas con ellos?
-Porque se rompen, se ensucian, se desordenan... y luego no están en su sitio.
-Si los cuidas, los limpias y los devuelves a su lugar, no hay ningún problema en jugar ¿no?
Entonces Lis empezó a dudar y después de retorcerse un poco gritó:
-¡Vale! ¡Vale! ¡Vale! ¡Te contaré la verdad!
-¿Qué verdad pequeñaja?
-No juego con los muñecos, porque me pidieron que los dejara en paz, que no querían volver a jugar conmigo -reconoció abatida la pequeña.
-¡Venga ya! Eso es imposible.
-¡No lo es! ¡Fue así!

Entonces, Elisa fue hasta la estantería y le preguntó a un soldadito:
-¿Me puedes informar de quién manda aquí?
Y el soldadito tembloroso, miró a la gran desconocida y le respondió:
-Sí señora, es aquella muñeca del vestido lila. Ella es la jefa de todos nosotros.
Y en ese momento, Elisa se dirigió a ella, para alivio del soldadito:
-¿Fuiste tú quien dijo a mi prima que no jugara más con vosotros?
En ese instante, la Muñeca Mandarina se tiró las manos a la cara y confesó con voz triste:
-Sí mi reina, fui yo. Fue todo un mal entendido, por lo visto... En aquel momento Lis estaba de vacaciones y jugaba con nosotros hasta exprimirnos. Por eso y tras recibir muchas quejas del resto de juguetes le pedí a la señora que no jugara más con nosotros, pero no quería decir más ¡quería decir tanto! Y ahora, ¡el resto de juguetes me culpa a mí de que Lis nos haya abandonado!
Y sin poderlo remediar, la Muñeca Mandarina estalló en llanto y lloró desconsoladamente. Algo que le impactó mucho a Elisa, que nunca había visto llorar así a una muñeca y por ello, tardo en reaccionar:
-¿Me estás diciendo que tienes ganas de jugar con ella?
-¡Claro! ¡Un juguete nunca puede estar feliz si no tiene con quien jugar! ¿No lo entiendes?
-Yo sí, pero mi prima, por lo visto, no.
Sin pensarlo ni un segundo, Elisa se esfumó de la habitación para buscar a Lis que se había marchado y se había perdido toda la conversación.

-Lis, tus muñecos te esperan, ¡tienen algo que decirte! Lis ¿qué haces?
-La merienda... mira la hora.
-¡Hala! ¡Si son más de las seis y media! Me largo chiquitina.
Y Elisa desapareció.
Lis tras recibir los besos de su prima, se quedó sola. Aunque sus padres estuvieran en casa, ellos tenían otros asuntos que tratar y no era momento de molestarles... Se hizo el silencio.

Así, tuvieron que pasar unos largos minutos hasta que la niña reaccionó: “los muñecos te esperan... ¿mis muñecos me esperan...?” Pero a Lis le costaba hacerse el ánimo, pues le fue muy desagradable aquel día en el que le pidieron no jugar más y eso todavía le dolía en lo más profundo.
Finalmente y con mucha precaución, creyó que era el momento de aceptar la situación y visitar a su tropa de muñecos.
Entonces, fue a la habitación, se acercó a sus muñecos y tímidamente les dijo:
-Hola muñequitos, ¿cómo estáis?
-Tristes -contestó el soldadito.
-¿Y por qué estáis tristes?
-¡Por qué ya no juegas con nosotros!
-Es lo que queríais ¿no?
-¿Cómo íbamos a querer que nos abandonaras? ¡Solo queríamos descansar un poco! Lo que pasa es que nuestra querida portavoz... te lo explicó bastante mal. Tú eres nuestra amiga y los amigos son para siempre y siempre querremos que estés cerca de nosotros. ¿No lo entiendes?
-Claro que lo entiendo pequeñín, yo también os he echado mucho de menos...
-Y yo a ti -contestó la Muñeca Mandarina.
-¿De verdad?
-¡Claro! Solo me expliqué mal una vez, pero lo he pagado muy caro. Nos has tenido abandonados mucho tiempo, pero no te podemos culpar por ello. Fui yo quien metió la pata y no sabes lo arrepentida que estoy. ¿Podrás perdonarme?
-Claro, ya estás perdonada.
-¿De verdad?
-Claro, ¿jugamos?
-¡Síííí! -gritaron todos los muñecos antes de abalanzarse sobre Lis.
-¡Vaya! Todos quieren jugar hoy conmigo. Menudo desorden, tendré que acabar de jugar un poco antes para poneros a todos en vuestro sitio...
-¡Vale! ¡Vale! ¡Lo que quieras, pero hoy haremos todos un gran teatro de esta habitación!

Y así todos volvieron a jugar juntos y felices.

Fran García
Orpesa, 2014

lunes, 19 de octubre de 2015

El pintor de lunas

Pedro era un joven pintor. Por eso, le gustaba pintar y enseñarle a la gente sus obras. 


Andrés era todo un referente para él, pues era un pintor veterano.


Así, un día Andrés al ver una pintura de Pedro dijo:

-Nunca serás un gran pintor si no eres capaz de pintar bien la luna.

Y esa frase acompañó a Pedro durante muchos días y durante muchas noches…

Tantas noches pasó Pedro pintando lunas, que llegó a conocerla mejor que nadie y llegó a pintarla como nunca lo había hecho nadie.

Ese día, esa noche, quería decir, pensó en correr y enseñársela a Andrés, pero luego pensó en guardar la mejor luna del mundo en secreto.

Su pensamiento fue el siguiente: 

“Estoy completamente orgulloso de esta luna, es la mejor con diferencia de las últimas 300 que he pintado. Estoy tan convencido de mi éxito, que no necesito que nadie lo vea. Ahora ya soy un gran pintor y me da igual que la gente lo sepa. Siempre pinté por placer y para crecer. Este cuadro será mi secreto.”

Y así fue.

Pedro guardó su pintura y dejó de pintar tantas lunas, para volver a pintar mundo y  vio que después de aquel entrenamiento, todo le salía mejor. 

Entonces dejó de buscar al público, pero el público le buscó a él y poco a poco se hizo famoso.



¿Qué cómo sé lo de la luna?

Hace un par de años me regaló aquel cuadro, al verme fotografiar la luna noche tras noche, en busca de la fotografía perfecta.

Él sabía que yo valoraría correctamente la obra, pero lo mejor de todo fue que no la firmó, para que nadie le pueda atribuir su mayor obra: la mejor luna del mundo.

Fran García
Orpesa, 2013