Miguel volvió otra vez triste del
bosque...
Y es que Miguel, con tan solo 9 años,
no podía explicarse como llegaba tal cantidad de basura a los
alrededores de su pequeño pueblo. Todavía no era capaz de
comprender que aquella gran ciudad, a la que se llegaba en coche en
un plis plas, generara tal cantidad de residuos.
Así, de vuelta a casa, casi de noche;
con su balón bajo el brazo y la bolsita de la merienda enganchada de
la correa del pantalón, se encaminó hacia su hogar arrastrando los
pies.
-¡No lo puedo entender! -Exclamó
desde el umbral de la puerta.
-Buenas tardes hijo. -Contestó la
madre- ¿Qué pasa ahora?
-El bosque, los plásticos, los
brics... ¡Hasta ruedas de coche! ¡Pobres animales...!
-¿Qué pasa? No te entiendo.
-Eso, que el bosque está sucio, cada
vez más sucio...
-¿Y ya has pensado una solución?
-Preguntó su padre, que iba cargado con la colada acabada de
recoger.
-¿Solución? ¿yo? ¡Eh...! No.
-¿No? Si algo te preocupa, puedes
hacer dos cosas: buscar soluciones o conseguir que te deje de
preocupar. Pero si te preocupa, te ocupas.
Aquellas palabras de Antonio causaron
un gran impacto en su hijo que, al no verse capaz de solucionar el
problema, decidió que lo mejor sería conseguir que el bosque le
dejara de importar. Pensó: “Es una decisión dura, pero lo debo
conseguir.”
Dibujo de mi alumna Ruth - Orpesa 2016 |
Contra todo
pronóstico, la noche fue genial. Miguel consiguió convencerse de
que el bosque no era su problema y disfrutó de un fantástico sueño
en el que marcaba un triple en el último segundo, dando así la
victoria a su equipo en el campeonato escolar de baloncesto.
La mañana
siguiente también transcurrió sin sobresaltos; pero a la tarde...
al volver a jugar al bosque, la indignación se volvió a adueñar de
él: la charca llena de botellas, papeles volando por los aires,
escombros, bolsas colgando de los árboles.... Era, sin duda, el
momento de elevar tal problema al órgano más resolutivo que
conocía: “la asamblea de clase”.
Al llegar a casa
esa tarde, trató de disimular su nerviosismo y por la noche le costó
conciliar el sueño; pero no podía mirar hacia otro lado. El bosque
no era el problema de Miguel, debía de ser el de toda la clase, todo
el pueblo, toda la comarca, o tal vez, de toda la humanidad.
De este modo, y a
pesar del cansancio, el despertador le pilló con ganas de
levantarse, desayunar e ir al cole. Era tal su decisión, que sus
padres no comprendían que le había pasado a su hijo que, quince
minutos antes de la hora de marchar, ya estaba en frente de la
puerta, esperando.
Por ese motivo,
aquel día, Miguel fue quien abrió y cerró la asamblea. En ella, se
habló y debatió largo y tendido sobre el tema. Incluso el maestro
decidió dar todo el tiempo de Naturales a ese asunto, llegando a los
siguientes acuerdos por el bien de la ecología:
- Reducir el uso de todo: agua, luz, papel, bolsas de plástico, etc.
- Reutilizar todo lo posible: no tirando folios a mitad uso, haciendo plástica con materiales de deshecho, gastando los vasos de plástico varias veces, etc.
- Disfrazarse en Carnaval de contenedores y deshechos: un “niño-contenedor azul” rodeado de “niños-periódico” y “niños-caja”; un “niño-contenedor amarillo” seguido de “niños-lata” o “niños-bric”; y un “niño-contenedor verde” acompañado por “niños-botella” y “niños-tarro”.
- A partir de ahora, cuando los niños fueran a jugar al campo, llevarían una bolsa de plástico, tanto en hora de cole, como de ocio y se comprometían a recoger todos sus residuos y una parte de lo que encontraran por ahí.
- Y por último, la clase se comprometía a reciclar todos los días (por lo que el maestro sacó del armario unas bolsas especiales de colores).
Para la hora de
castellano quedaba lo de escribir una carta abierta alertando a la
humanidad del problema de los bosques y, tal vez, realizar un
proyecto de ópera escolar con la ecología por bandera.
Ese día al
volver a casa, no podía sentirse más feliz y le contó todo a sus
padres, que le dijeron:
-El mundo seguirá
contaminando, pero entre todos, con pequeños actos, podemos
mejorarlo todo. Estamos muy orgullosos de ti. Corre, apaga la luz,
coge el plástico y vamos a pasear.
Y así vio Miguel
como se acababa aquel día, en el que había conseguido mucho más de
lo esperado.
Fue como darle un gran abrazo a la
naturaleza.
Fran García
Orpesa, 2016
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