lunes, 8 de febrero de 2016

Pegar no es lo normal (Un cuento para la violencia de género).

El día que Samuel entró en aquel reformatorio, bajo las miradas de odio de los familiares de su ex novia, nadie habría dado un solo euro por él. Siempre había oído que una buena torta a tiempo evitaba muchos problemas y así lo hizo. Para él no era nada especial. Era, ni más ni menos, lo que él mismo había aprendido a golpes, lo que su padre hacía con su madre, o lo que su querido abuelo había hecho en su día con su fantástica abuela, de hecho, estaba convencido de que aquellos golpes hicieron de su abuela una persona muy decente.

Siguiendo las pautas que siempre había visto en casa, si había sentido celos, era culpa de ella. Algo habría hecho para que él se sintiera así. ¿Por qué dejar que eso fuera a más teniendo la solución? Él no podía tener la culpa.

El día que Samuel entró en el reformatorio su mundo se desplomó. El juez de menores dictaminó la orden. Sus antecedentes violentos como jugador de fútbol, sumados a aquel simple y único guantazo que a penas inflamó la cara de ella, fueron suficientes para dicha condena... Sabía que a todos no les gustaban los golpes o los insultos, pero creyó que aquello era algo desmesurado. De hecho, le costaba borrar aquella frase de su mente: Una buena torta a tiempo evita muchos problemas. Maldita sea, siempre había sido así. Sentía rabia. 

¿Se tendría que haber esperado a estar a solas para pegarle? Ya no tenía nada claro...

Los primeros días en el reformatorio fueron muy duros. Samuel se encontraba rodeado de chorizos, camellos, contrabandistas... Como solía decirse: calaña. No podía entender que hacía allí. ¿Qué le quedaba? Miraba a su alrededor y no veía con quien relacionarse.

Con desgana, se fue haciendo amigo de aquellos más tranquilos, como él los llamaba: el pelotón de la biblioteca y allí conoció a Joel.
-Me pregunto -dijo Samuel- ¿Cómo alguién así ha llegado aquí?
-¿A qué te refieres? Preguntó Joel.
-A ti, sin duda. ¿Cómo has podido llegar aquí?
-Es mi signo... En casa a veces no hay para comer, toca ir a robar y a veces nos cazan. Una veces pillan a mi padre y otras me toca a mí. Pero no te preocupes, ya conozco a la gente de aquí, son majos, me ayudan y aquí tengo más tiempo para estudiar... tal vez, gracias a Pedro, el psicólogo, pueda acabar la ESO y pirarme a hacer un módulo de mecánica, que de mayor quiero ser honrado.

Samuel asintió, cuanto más conocía a Joel más disfrutaba de su compañía y sorprendido por su decisión exclamó:
-¡Tío! Eres un figura.
-¿Y tú qué haces aquí? -preguntó Joel, dejando a Samuel tocado, pues dentro de aquella cárcel solo le había contado lo sucedido al "loquero", que era como él llamaba a Pedro y, por eso, tardó en contestar.  
-Ya ves, le dí una galleta a mi novia y me metieron aquí. ¿Tú entiendes algo?
-¿Cómo quieres que lo entienda?
-Lo ves, yo tampoco.
-No, no -se apresuró Joel-. No puedo entender que pegaras a tu novia... ¿En qué narices estabas pensando?
-¿Pensando? En nada. Es lo normal, ¿no? Te pone celoso, le arreas una y que se centre.

Entonces llegó el silencio. Joel miraba a Samuel, pero no era capaz de dar crédito a lo escuchado. De hecho, su mirada enfocaba diferentes puntos, a grandes saltos, mientras trataba de entender la situación.
-Ahora me dirás que no has pegado a nadie ¿no? -Inquirió Samuel.
-Evidentemente -contestó Joel.
-¿Evidentemente qué?
-Evidentemente no.

A pardir de ese momento, Joel cogió carrerilla y le explicó como él, chorizo de profesión, nunca había pegado a nadie y de como en su casa, el respeto se ganaba con cariño y esfuerzo. Sabía que en muchos casos no sería considerado un hombre de honor, pero también sabía que solo robaba por necesidad y que nunca, nunca hizo daño a nadie... Bueno, económicamente sí, pero siempre por sobrevivir.

Samuel quedó maravillado con dicho relato y apodó a Joel "el chorizo bueno". Y además, si ya confiaba en él, en ese momento pasó a admirarlo. La vida de Joel también cambió, por primera vez se sintió útil allí dentro, y se esforzó por hacer de Samuel un hombre de provecho.
-Mira Samuel, lo tuyo no es una enfermedad, es solo un mal aprendizaje. Ahora toca desinstalar el virus ese que tienes en la cabeza e instalar un software nuevo. Yo creo que como de hardware vas sobrado, lo solucionaremos pronto.
Entonces, desde aquel día, Samuel confió y creyó. Tal vez, la solución a sus problemas no estuviera tan lejos y con una buena reprogramación podría encajar en esa sociedad de la que salió sin darse cuenta.

-¿Qué te ha pasado Samuel? -Le preguntó un día Pedro "el loquero"-. Ya no eres aquel que entró aquí
Samuel sonrió, miró a su amigo y le contestó:
-Debe de ser la influencia de Joel. ¿Sabes? Es un gran tipo, aunque con mala suerte.
-Lo sé  -contestó Pedro-, y de una forma u otra, estoy seguro de que saldrá a delante.
Samuel sonrió y asintió y a partir de esa conversación hizo algo muy importante: escuchar. Así aprendió a relajarse, a contar hasta diez, a buscar una solución a cada problema y dejar de buscar un problema a cada situación. Podéis llamarlo mindfulness o como queráis, pero aprendió a que muchos de esos nubarrones que llenaban su cabeza se marcharan y así, empezó a ver el Sol.
El día que Samuel quiso prometer a Joel que no volvería a usar la violencia, Joel no le dejó acabar la frase y cortante le dijo:
-Tranquilo amigo, yo ya confío en ti.

¿Qué pasó con estos dos jóvenes?
Estos afortunados consiguieron salir del pozo y fruto de aquella amistad, el padre se Samuel encontró un trabajo para Joel y para su padre en la empresa familiar. Con lo que no necesitaron seguir robando. Además, el muchacho, a media jornada, al verse con la oportunidad se seguir estudiando, se lanzó sin pensar hacia su sueño.

Samuel buscó el perdón de la que fue su pareja. De hecho, está seguro de haberlo conseguido, pero nunca más volvieron a salir juntos.
-Ya no se puede volver atrás -fue el breve mensaje que le constestó ella al cabo del tiempo.


Así, poco a poco fueron sobreponiéndose a los problemas de la vida, siempre contando el uno con el otro. Y aunque ellos entendieron que el reformatorio era un lugar del que aprender y en el que reinventarse, tratan de no sacar el tema con las personas que van conociendo. Es una marca en su expediente y aunque no les causa vegüenza, saben que es mejor así.

Tal vez, algún día, Samuel vuelva a tener pareja, pero eso no le preocupa. Le preocupa saber si será capaz de conseguir un poco más de humanidad en el corazón de su querido padre. Él, aunque más duro de mollera, también pueden aprender a hacer las cosas mejor.


Fran García
Orpesa, 2016

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