viernes, 22 de febrero de 2019

Andrea abandonó la isla (Fornite)

La verdad es que sabemos muy poco de Andrea. De hecho, hay tantas personas en su misma situación, que a veces dudo de si es un niño o una niña e incluso de si va a segundo, tercero, cuarto, quinto, sexto de Primaria o si ya va al instituto.

Lo que sí sabemos es que Andrea llegó un día más sin fuerzas al cole. Hacía tiempo que había dejado de sonreír y sus amigos le decían: 
- Andrea, deja de gruñirnos.
- No hay quien te aguante.
- Ya no hay quien juegue contigo.
O incluso:
- Te echamos de menos.

Nadie sabía el cómo ni el porqué, pero Andrea, poco a poco había dejado de ser Andrea amigable y se había convertido en esa pseudo persona que se parecía más a Andrea insoportable.

Lógicamente, Andrea lo notaba y lo sabía: sus amigos y amigas estaban más distantes, hacían planes sin avisar y encima, las notas de clase iban a menos. De hecho, había empezado a sentir las miradas de decepción de su maestra.

Por ello, había dejado de querer ir al cole y de ver a la gente de su clase. Es más, a veces le molestaban sus propios padres o su hermano pequeño. Entonces, cuando todo iba mal, entraba en un mundo paralelo, en un videojuego, en el Fornite. Allí Andrea se encontraba bien. Allí se sentía con éxito y aunque muriera varias veces al día, mejoraba sus marcas con facilidad, cada vez contaba con mejor armamento y eso le gustaba y ayudaba.

"Pum" Otra partida perdida, pero había sido una buena partida. Entonces Andrea tuvo un pensamiento:
- La vida es un asco.- Y siguió jugando. De hecho, llegó un punto en el que el Fornite se convirtió en la actividad principal de su vida.

Cuando salía a la calle iba con la cabeza gacha, con capucha, arrastrando los pies y sin ganas. Y esa ausencia de ganas le llevaba a seguir haciendo las cosas mal. El hacer las cosas mal le lleva a la decepción, la decepción le llevaba al Fornite, aparentemente el lugar en el que sí era capaz de triunfar. 

Llegó a tal punto que su vida fue: cole, comer, Fornite, deberes, Fornite, cena, Fornite, dormir. Entonces, empezó lo peor... jugar a este juego antes de ir a dormir le impidió descansar bien: nervios, insomnio, pesadillas, patadas al aire mientras dormía...

Así, el día siguiente se levantaba sin descansar, dormitaba en la escuela y el cansancio le volvía de peor humor. ¿El resultado? Cada día era peor, el Fornite era su refugio y a la vez, la causa de todos sus males.

Tutora y familia, por fin, hicieron una reunión y decidieron que debían hacer entender a Andrea el impacto tan devastador que el Fornite tenía en ella.

La primera piedra la pusieron en casa, poniendo límites a los videojuegos. Solo un rato por la tarde. Luego en clase siguió la tutora, dando pautas generales sobre hábitos para antes de ir a dormir. Además, se leyó en clase un artículo de prensa sobre los efectos de este juego en el cerebro de los menores y para rematar, la tutora se sentó con Andrea y pasaron juntos todo el patio:
- Cuando juegas antes de dormir a este juego... ¿en verdad mal duermes?
- ¿No entiendes que si no descansas no puedes ser feliz?
- ¿Has visto como tienes peor humor si no duermes bien?
- ¿Por qué ya no sonríes?
- ¿Por qué trabajas peor y tu motivación ha bajado?
- ¿Es posible que hayas perdido parte de tu autoconfianza?

Y esas y muchas preguntas más inundaron la mente de Andrea, que fue comprendiendo que ese maldito videojuego había hecho de su vida un bucle del que empezaba a querer escapar. Por eso, al llegar a casa... cargo un rifle imaginario e hizo un disparo imaginario hacia la videoconsola, a la que aquel día no deseaba jugar. ¿O sí?

Los siguientes días no fueron mejores. Ciertamente había creado adicción al juego y estaba de mal humor por no poder jugar... aunque se calmó leyendo libros de "Harry Potter" y con otros videojuegos de deportes seguía sin ser feliz. En su punto álgido, Andrea quería gritar con todas sus fuerzas, pero era de noche y casi que no era plan.

Ese domingo al despertar se dio cuenta de que la cosa no iría mejor. De hecho, fue uno de los peores días de su vida. Sentía que la cabeza le iba a estallar y solo deseó que la noche llegara rápido y aunque el tiempo pasó como todos los días y con todas sus horas, esa noche, por agotamiento, durmió de un tirón más de 700 minutos.

Finalmente, Andrea despertó un lunes y se miró al espejo. Se reencontró, tenía ganas de sonreír, de ver a su maestra, de ver a sus amigos, de compartir tiempo con su familia... de vivir.

Se vistió con ganas, revisó la mochila, estampó esa sudadera roja del videojuego y buscó algo diferente en su armario. Así, a las 9 de la mañana entró en clase con una sonrisa y miró a su maestra y le dijo:
-Sita, he vuelto.

Y así fue como un día Andrea volvió a ser Andrea y llegó al cole animada, con ganas de aprender, con ganas de disfrutar de sus amigos y amigas y con ganas de vivir la vida. Con ganas, simplemente, de volver a la vida de verdad.

Como escuchó de refilón en un programa de radio: "vamos a estar más tiempo muertos que vivos, aprovechémoslo".



martes, 12 de febrero de 2019

Idaira se dejó la paciencia...

Idaira se levantó por la mañana, en casa, tal vez con más energía que otros días; o tal vez, un poco cansada. No sabemos si demasiado deprisa o demasiado olvidadiza.

Se organizó todo, se aseó, desayuno y se fue al cole con ilusión, pues a Idaira le encanta ir a clase y especialmente, encontrarse con algunas de sus compañeras.

Tampoco me entendáis mal, es una niña tan risueña que se lleva bien con todo el mundo, aunque como todos... nos llevamos mejor con unos, que con otros.

Las primeras clases pasarón sin demasiada novedad. Solo había una cosa que no acababa de encajar... Idaira se enfadaba con más facilidad que de costumbre. Algo que tampoco es un escandalo. Normalmente está de buen humor y no se deja cabrear fácilmente.

De hecho, cuando juega a ponerse seria es muy fácil hacerle reir.