martes, 17 de noviembre de 2015

Amanda ya es Amanda

Amanda era una niña exigente, a la que le gustaba mucho mandar.

Sus frases favoritas eran: “quiero esto”, “mira aquello”, “hazme caso”, “ven aquí” y “ahora”.

Es como si pensara que todos tenemos la obligación de hacerle caso continuamente, como si no tuviéramos nada más que hacer.

Si queréis comprobar lo que os cuento, escuchad esta historia y veréis cómo se comportaba…

La semana pasada cuando llegó al cole por la mañana no podía quitarse la chaqueta, porque ya le viene un poco justa, entonces se acercó a la maestra y le dijo:

- ¡La chaqueta!

-¿Qué?

-¡Qué me quites la chaqueta!

- Querrás decir “por favor”, ¿no?- Le dijo la maestra con una sonrisa.

Entonces Amanda dio una pataleta y contestó:

- No, quiero decir lo que he dicho ¡Qué me quites la chaqueta!

En ese justo instante, la maestra se dio la vuelta al escuchar que Estrella le pedía con educación que le ayudará a abrocharse los zapatos.




Otro día de esa misma semana, en el patio, Amanda había tropezado y caído al suelo. Entonces, Jesús fue corriendo a ver como se encontraba:

-¿Amanda estás bien?

-Sí.

Entonces, él le tendió la mano y le ayudó a levantarse.

Una vez en pie, salió corriendo y Jesús se quedó solo, pensando: “se dice gracias” y por ese motivo, no le volvió a sonreír el resto de la mañana.

Así, poco a poco, podéis imaginar como cada vez le hacían menos caso y ella se daba cuenta, pero no sabía el motivo.



Esa misma tarde, a la salida del cole, su abuelito venía muy, muy contento a recogerla. Ella, al verlo, fue corriendo hasta él y cuando el abuelo esperaba un abrazo, le lanzó la mochila diciéndole:

- Llévala tú.

Y claro, el hombre se molestó:

-Amanda, querrás decir “por favor”, ¿no?

-He dicho lo que he dicho y vamos, quiero ir al parque.

El abuelo no se lo podía creer. Su nieta ni le trataba bien, ni era educada. Por ello, se cruzó de brazos un buen rato y empezó a meditar.

La niña al ver que no le hacía caso, se empezó a desesperar, poner malas caras y revolotear a su alrededor. Al final, cuando no pudo más, se puso roja, roja y grito:

-¡Quiero ir al parque ahora!

Esto dejó al abuelito con la boca abierta y decidió castigarla. Así, se quedaron en los bancos más cercanos de la escuela: una a merendar y el otro a leer su diario en silencio, a unos metros de distancia.



Por suerte, al cabo de más de media hora, apareció por ahí Jesús, que ya venía de columpiarse un buen rato y sin pedir permiso se sentó a su lado.

-¿Por qué no has venido al parque?

-El abuelo no me ha dejado.

-¿Por qué no?

-No lo sé… se ha enfadado y punto.

-Vaya, yo también me enfadé contigo el otro día.

-¿Cuando?

-Cuando te levanté del suelo y no me diste ni las gracias.

-¿Tan importante es esa palabra?

-Claro, ¿no sabes qué: gracias y por favor son palabras mágicas?

-No.

-Pues sepas que con gracias y por favor, vivimos todos mejor.

-¿De verdad?

-Claro, son palabras que nos hacen sentir bien.

Entonces a Amanda, tras mucho tiempo, se le dibuja una sonrisa y Jesús se pone en pie para dirigirse a su casa, mientras le dice:

-Amanda, muchas gracias por haberme escuchado y hasta mañana.

Amanda, se sorprende, pues le gusta que le den las gracias y agradece los consejos de su amigo:

-Muchas gracias Jesús por enseñarme a utilizar estas palabras.



Al cabo de unos minutos, ya ha pensado lo sucedido y decide acercarse a su abuelo para pedirle “por favor” volver a casa.

El abuelo sonriente, le da un abrazo al que Amanda contesta mirando a los ojos con un: “gracias abuelito”.



Y a partir de aquel momento, Amanda cambió sus frases y todo le fue mucho mejor con “gracias” y “por favor”.

Fran García
Orpesa, 2013

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