sábado, 31 de octubre de 2015

El Collar del Amor

Cuenta una leyenda popular, y si no lo cuenta da igual, que hace mucho tiempo en Oropesa vivía una princesa a la que le gustaba mucho el mar. Por eso, siempre que podía iba a tomar el baño a las playitas que hay cerca de donde desemboca el Barranco de Bellver.

Un día, Teresa, al salir del agua, vio a un joven construyendo un barco y se enamoró.
Por suerte o por desgracia, aquella vez fue la primera, pero no la última, y cada día que lo veía la cautivaba un poco más.

Así que cuando ya no lo pudo resistir, la heredera pidió a los dioses que mueven el mar una pista para saber como conquistar a su amado.
“Teresa, soy la voz del Mediterráneo y a ti te doy este collar de conchas que es el Collar del Amor. Sepas que es un bonito regalo para quien quieras elegir.” 

Ella lo cogió, subió a la superficie y sorprendió a Daimiel con su caminar decidido. Se presentó, y le regaló el collar que iba a unir sus vidas hasta la muerte.

Desgraciadamente, después de unos años muy felices, tanto para ellos como para los habitantes de la villa, surgió una epidemia de la Antigua Albufera de Oropesa que se llevó muchas vidas, entre ellas la de Teresa.

A esta pérdida, Daimiel, sólo pudo sobrevivir por el amor que tenía a sus dos hijos, Tereseta y Xavieret. Por ellos, y sólo por ellos, continuó viviendo y haciéndolo todo lo mejor que sabía.

Un año más tarde y con todo el dolor, volvió las playas y navegó de nuevo. Una vez mar adentro una ola gigante, en medio de la calma, le cortó el paso.
“Daimiel, ¿cómo es que todavía estás solo?”
“No estoy solo, ella está en mi corazón.”


“Aprovecha y goza del collar que cuelga de tu cuello, pues es el Collar del Amor y la joven a la que se lo regales se enamorará de ti.” Y la ola desapareció.

Al día siguiente, nuestro marinero de alma triste despertó sabiendo que no había sido un sueño, que todo lo que había sucedido era real, pero no tenia ganas de conocer un nuevo amor que sustituyera al que ya había perdido.

Entonces, nada más desayunar, salió de su casa y se dirigió solo hacia la montañita donde se encuentra la “Torre Colomera”. Una vez a su vera, y con el Sol ascendiendo delante suyo, se paró y comenzó a pensar.

Al cabo de un rato se quitó con suavidad el collar y empezó a llorar y lo apretó en su mano derecha. Cayó de rodillas y miró al suelo, hasta que al final se decidió a hacer lo que había ido a hacer y lo lanzó con todas sus fuerzas para que volviera al mar.

Un rayo rompió el cielo claro y la fuerza del trueno estuvo a punto de lanzar al suelo a nuestro amigo, cuando la voz de la mar se volvió a escuchar:
“¿Qué has hecho Daimiel?”
“Lo que tenía que hacer”
“¿No comprendes que has perdido la oportunidad de ser amado por quien tu quieras?”
“¡Ya no puedo amar a quien yo quiero, porque yo amo a Teresa!” 

Y así partió, sin el collar, con el claro convencimiento de que ningún otro amor sería capaz de hacerle olvidar todo lo que havia vivido. 

¿Y el collar?

El collar se perdió en las profundidades y como está hecho de conchas nadie lo ha vuelto a encontrar y como nadie cree en dioses menores, no lo han vuelto a pedir, pero sus efectos no se han perdido,... por eso, toda la gente que se baña en nuestras costas, se enamora de ellas y más tarde o más temprano regresa para reencontrarse con toda la belleza, con toda la pureza y con toda la grandeza que tiene nuestro mar.

¿Quién no ama el Mediterráneo?

Fran García
Orpesa, 2000

No hay comentarios:

Publicar un comentario